En mitad de la llanura Castellana, donde se encuentran las provincias de Segovia, Burgos y Valladolid, se extienden los Páramos del Duratón. Son llanuras interminables, elevadas más de 950 m. sobre el nivel del mar, perfectamente horizontales, y sólo quebradas por valles horadados durante milenios por los cursos de agua, y pequeños pueblos, hoy casi vaciados, a sus márgenes.
Es en uno de estos pueblos, Sacramenia, donde elaboramos nuestros vinos, con uvas de las viñas plantadas en esos páramos.
El clima aquí es extremo, con grandes variaciones de temperatura entre el invierno y el verano, entre el día y la noche. Llueve poco, y los suelos pedregosos de caliza y cuarzo son pobres. A veces cuesta creer que esta inmensidad desolada pueda albergar vida y, sin embargo, es precisamente gracias a estas condiciones que los viñedos de este lugan han producido durante siglos uvas y vinos de excelente calidad.
En Sacramenia casi cada familia tenía un majuelo en estos páramos, bordeado de almendros y cerezos, y su pequeño lagar subterráneo en la ladera de la montaña. A las puertas de esas bodegas probamos vino por primera vez, y allí vimos cómo se hacía.
Muchos hijos se han ido, el pueblo se vacía lenta, pero inexorablemente, y los mayores ya no pueden trabajar esos majuelos de escaso rendimiento. Nosotros decidimos quedarnos y cuando, hace ya diez años, el Señor Plácido se enteró de que queríamos plantar viñas, nos dijo: “El majuelo que plantó mi padre lleva 3 años sin podar, quedáoslo, sólo os pido que lo cuidéis, si no, tendré que arrancarlo”. Como el majuelo de Plácido hay muchos, y muy buenos.
Desde entonces no hemos plantado una sola cepa, hemos preferido buscar, recuperar y mantener esos pequeños viñedos singulares que a pesar de dar una uva fantástica, estaban en riesgo de desaparecer para siempre. Algunos son muy viejos, otros no tanto, pero todos tienen una historia que contar.